La Cuaresma
inicia con la imposición de la ceniza y la penitencia (ayuno y abstinencia). La
ceniza se usaba ya desde el Antiguo Testamento como signo penitencial (cfr. Jb
42, 6), inspirándose en Gn 2, 7: "Dios formó al hombre con polvo de la
tierra", y en Qo 3, 20: "Todos han salido del polvo y todos vuelven
al polvo". En los primeros siglos del cristianismo la imposición de la
ceniza era gesto del camino cuaresmal de los "penitentes". Pero a
partir del siglo X fue común para toda la comunidad. Las fórmulas de la
imposición de la ceniza se inspiran en Gn 3, 19: "Recuerda que polvo eres
y al polvo volverás", y en Mc 1, 15: "Arrepiéntete y cree en el
Evangelio".
La ceniza
procede de los ramos bendecidos el Domingo de la Pasión del Señor del año
anterior, siguiendo una costumbre del siglo XII. Los creyentes reciben o se
imponen ellos mismos la ceniza en señal de arrepentimiento y penitencia,
recordando que esta vida temporal, con todo y sus sufrimientos terminará, y que
después de ella Dios nos invita a la alegría eterna del Cielo, para lo cual es
necesario arrepentirnos, es decir, quitar las cadenas del pecado que no nos
permiten avanzar, y creer en el Evangelio, que es Jesús, quien nos invita a
vivir plenamente aquí en la tierra y eternamente en el Cielo, amándolo a Él y
al prójimo.