
La ceniza
procede de los ramos bendecidos el Domingo de la Pasión del Señor del año
anterior, siguiendo una costumbre del siglo XII. Los creyentes reciben o se
imponen ellos mismos la ceniza en señal de arrepentimiento y penitencia,
recordando que esta vida temporal, con todo y sus sufrimientos terminará, y que
después de ella Dios nos invita a la alegría eterna del Cielo, para lo cual es
necesario arrepentirnos, es decir, quitar las cadenas del pecado que no nos
permiten avanzar, y creer en el Evangelio, que es Jesús, quien nos invita a
vivir plenamente aquí en la tierra y eternamente en el Cielo, amándolo a Él y
al prójimo.